Autora:Halina Gutiérrez Mariscal
Cualquier intento de clarificar el concepto de corrupción, pasa necesariamente por las dos tendencias que al respecto se han expuesto. La más popular entre ellas sostiene, independientemente de la disciplina desde la que se le aborde, que el fenómeno de la corrupción ha trascendido a lo largo de la historia de la humanidad, y que implica conductas socialmente anómalas, que se cometen en perjuicio de la colectividad, y que reportan algún tipo de beneficio a entes privados, individuales o colectivos. Otra postura sostiene que la concepción actual sobre la corrupción no es un concepto trascendental, sino que ha llegado con la modernidad y sus interpretaciones sobre lo público y lo privado, y que carga con la connotación negativa que las sociedades actuales le imprimen.
Es necesaria la claridad de las raíces etimológicas del término. Diversos trabajos sobre el tema afirman que la palabra corrupción está asociada al término griego φθείρω, “fdseíro”, que traducen como arruinar o arruinarse, por cualquier proceso, así como al verbo latino “rumpere”, que se traduce como arrancar, arruinar, aplastar, romper. En general se coincide en que el término transmite la idea de corromper, o romper juntos, y suele vincularse con aquellas conductas que se salen de la norma, que estropean el orden y la naturaleza de algo. Cabe señalar que el término es usado también con una connotación religiosa, que se asocia a la descomposición y la inmundicia. Parece lógico concluir que la identificación de términos equivalentes en la antigüedad clásica, que algunos especialistas han hecho, permite concluir que se trata de un término trascendental. Al respecto es importante revisar la historicidad del término y lo que se ha entendido como corrupto a lo largo del tiempo.
Dado que no es objeto de la presente obra, remitirse hasta la antigüedad remota, sólo se referirá a un par de obras en que el concepto es usado de manera que aclara la cuestión arriba mencionada. Mark Philp (1997, p. 26) sostiene, ante las afirmaciones de que la corrupción como la entendemos ahora, era un término común en la Grecia clásica, que las palabras usadas en griego antiguo para “ofrenda”, son las mismas que podrían traducirse como “soborno”, y que no tenía una connotación negativa, dado que persuadir en un juicio, por ejemplo, a través de una ofrenda, era algo aceptable, y no asumido como perversión del juicio. Queda claro así, que el contexto cultural, histórico, define lo que puede o no ser entendido como corrupción. Un segundo ejemplo se halla en la obra de Nicolás Maquiavelo. Peter Bratsis (2013, p. 13) afirma que el florentino usa el término “corruzione” para referirse al deterioro en la calidad del gobierno, sin importar la razón de dicho deterioro. No hay en el contexto una alusión al soborno, relación que se presentará tiempo después. Se trata, pues de concepciones de corrupción, distintas de la moderna.
Juan Francisco de Villalva (1613) Empresas espirituales y morales. Baeca: Fernando Díaz de Montoya. University of Illlinois Urbana-Champaign. (Fotografía)
Así pues, cabe comenzar a admitir que las definiciones que desde el derecho, la ciencia política y la economía, se presentan actualmente, para esclarecer el concepto de la corrupción y lo corrupto, no necesariamente pueden ser usadas para toda época y toda sociedad. Debe admitirse que la idea de corrupción relacionada en el sentido religioso con la suciedad del cuerpo o de la moral, poco tiene que ver con las conductas jurídicamente tipificadas actualmente, la cuales buscan abstraerse de juicios morales y se acotan a una lista de hechos clasificados o no como corruptos. Así pues, se trata de un concepto que se ha venido adelgazando o enriqueciendo, según se mire, con las ideas de la modernidad vinculadas a lo público y lo privado, al secreto y la transparencia, que un par de siglo atrás, no habrían tenido ningún sentido.
Claudio Lomnitz (2000) señala que aquellas revisiones que analizan la corrupción como una línea ininterrumpida a lo largo del tiempo dificultan la comprensión del término. Dada la diversidad de abordajes a la corrupción, desde distintas disciplinas, y con diversas intenciones, vale la pena ahondar en la manera en que a lo largo del tiempo dicho concepto ha sido interpretado, usado u olvidado y prestar atención en su transformación histórica más que en tratar de definirlo. Puede hablarse, tras una revisión de la historia del concepto, de dos momentos e interpretaciones sobre la corrupción. Ambas visiones tienen en común que intentan establecer una distinción entre lo normal y deseable, y lo que no lo es. En una primera acepción, que remite a la visión clásica y religiosa, se establecen las características de lo que debió ser de determinada manera, y que por alguna causa interna o externa, sufrió un proceso de descomposición, insuficiencia, ruptura. Será a partir de la consolidación de la tradición liberal, hacia finales del siglo XVIII, que a esa visión sobre la corrupción, como lo que se sale de la norma, se sume la estricta división entre lo público y lo privado.
Thomas Wright (1848) England under the house of Hanover: its history and condition during the reigns of the three Georges. London: R. Bentley (Fotografía) Recuperada de Flickr: https://www.flickr.com/photos/internetarchivebookimages/14779884355/
Bajo la visión de la libertad individual, en la que la búsqueda del bien propio, privado, es primordial y legítima, la esfera de lo público queda regida por la razón moral, y le corresponde al Estado gestionarla. Adam Smith pondrá un énfasis particular en un aspecto que se vincula directamente con la corrupción: lo que parezco ante los demás, frente a lo que verdaderamente soy. Así, queda admitido, al menos de manera implícita, que es imposible disociar los intereses privados en aquellos seres públicos que ejercen el poder en nombre del Estado y sus instituciones, y norman la vida pública. Lo corrupto quedará entonces definido, a partir de entonces, por dos vías: en la esfera de lo privado, cada individuo juzgará lo que considere moral, normal, no corrupto; pero en la vida pública, la norma la dictará el Estado, y será ese ente el que determine lo que será o no entendido por corrupto. Es así cómo, distintas sociedades y contextos determinaron códigos de conducta que fueron, quizá por ejercicio de ensayo y error, afinando con el tiempo sus definiciones de lo que debe o no ser considerado como un “delito” de naturaleza corrupta.
Wither, George; Rollenhagen, Gabriel;Crispijn van de a; Marshall, William (1635) A collection of emblemes ancient and modern: quickened with metricall illustrations, both moral and divine: and disposed into lotteries. London: Printed by Agustine Mathewes for Henry Taunton. University of Illinois-Champaign. (Fotografía) Recuperada de flickr: https://www.flickr.com/photos/internetarchivebookimages/14564423297/
Nacida en el seno de la misma sociedad industrial europea, la teoría marxista presenta a la corrupción como inherente al sistema económico capitalista: su esencia misma supone la explotación del asalariado, a quien le es robada la plusvalía de manera impune. Sin robo, pillaje, abusos, sin la descomposición moral de la clase burguesa, la acumulación originaria del capital no habría sido posible. Un sistema nacido de actos inmorales y sostenido por estos, no podría ser sino corrupto. Bajo esa lógica, toda medida de anticorrupción no sería sino un engaño en sí misma, cubriendo aquello que le hace, en esencia, funcionar. Visto así, la corrupción, institucionalizada o no, cumple ciertas funciones específicas dentro de la sociedad, razón por la cual, difícilmente podría desaparecer.
Las definiciones, claras o difusas, de los distintos códigos legales del mundo sobre las conductas consideradas como corruptas ha servido para sanear las apariencias, permitiendo a los Estados mantener la ilusión de una separación entre lo privado y lo público. Sin embargo, cabría preguntar si los ciudadanos consideramos corrupto sólo aquello que ha sido señalado por las leyes como tal. La respuesta es no, incluso habría que admitir que personas que desconocen casi por completo el contenido de las leyes tienen nociones muy claras de lo que consideran corrupto. Se trata, por tanto, de dos visiones coexistentes y complementarias de lo corrupto. En realidad las reglas y leyes escritas quedarían desprovistas de sentido sin las ideas subyacentes en las sociedades sobre lo que se sale de la norma. Esas ideas son el sistema de referencia de toda la estructura legal de cada sociedad y nación, sobre aquello que decidirán no tolerar, y aquello que sí.
Es necesario decir, por tanto, que el resguardo puntual de la ley no es garantía de incorrupción. La corrupción no legislada existe, y con facilidad puede posicionarse para proteger u ocultar determinados actos corruptos. Por esa razón resulta imprescindible comprender a la corrupción como un fenómeno complejo, mutable, de impacto horizontal que en determinadas circunstancias es capaz de funcionar como mecanismo suplente de las funciones del Estado. Puede ser normalizada por la sociedad que le contiene, tolerada o considerada como un mal necesario. Corresponde a cada sociedad revisar el papel que la corrupción ha jugado al interior de sí misma, y lo que eso revela sobre la condición del Estado y la funcionalidad de sus instituciones.
Antes de la década de 1960 los análisis sobre corrupción eran escasos, dominaba una visión orgánica de la sociedad en donde se consideraba que la corrupción pasaría cuando los países terminaran su evolución hacia un desarrollo político y económico pleno. Fue a raíz de la crisis económica mundial de la década de 1980 que se puso en aprietos al sistema económico capitalista de manera generalizada. Esto dio inicio a una campaña anticorrupción por considerar que dicho fenómeno fue un factor responsable del bajo crecimiento económico y de la crisis en sí misma. Bajo este tipo de ideas, la argumentación que presenta a la corrupción como un obstáculo para el desarrollo de naciones liberales y democráticas y a la anticorrupción como una contribución de la sociedad occidental moderna, prevalece hasta nuestros días.
En este contexto moderno, el concepto se ha ido acotando a comportamientos que buscan ganancias de manera indebida (léase ilegales), que violan la responsabilidad de funcionarios públicos hacia los ciudadanos que representan pero que es superable, dado que son causa y síntoma del subdesarrollo. Incluso hay autores que han presentado a la corrupción como benéfica, en la medida en que ha ayudado a la transición de economías de mercado premodernas, a modernas, promoviendo la eficiencia en la toma de decisiones de gobierno. Será también en ese contexto que comenzaron a instituirse mediciones por organismos internacionales como Transparencia Internacional que se creó en 1993 y que desde 1995 publica el Índice de Percepción de la Corrupción y el Índice de Pagadores de Sobornos desde 1999. A partir de 2003, el Consenso de Washington consideró añadir a sus recomendaciones iniciales la disminución de la corrupción.
Desde la visión neoliberal, la corrupción ha sido presentada como la consecuencia lógica de un mercado limitado por las regulaciones del Estado, un mercado que busca sus cauces. Bajo esa lógica, un Estado que distorsiona en mayor medida los mecanismos naturales del mercado, a través de rigurosos controles económicos, podría esperar más altos niveles de corrupción en su interior. No es casual que este discurso comenzó a cobrar notoriedad justo en el momento en que el Estado de bienestar o de intervención plena, entraron en crisis. Así, el combate a la corrupción como un síntoma de un Estado anormalmente agrandado, que se excede en sus funciones, comenzaría a ser sinónimo de desregulación estatal y privatización de empresas y servicios que en su momento estuvieron en manos públicas a través de instituciones estatales.
Taylor, Charles Jay (1897) In the hands of his philantropic friends. Ilustración del Puck, v.41, no.1044 (1897 Marzo 10) N.Y.: Keppler & Schwarzmann. (Fotografía) Recuperada de Flickr: https://www.flickr.com/photos/library_of_congress/14886583498/
En la imagen el Tío Sam camina entre dos hinchados hombres de negocios que roban de su bolsillo; “monopolios” en la izquierda y “fideicomisos” en la derecha.
Aceptar estos argumentos como una verdad absoluta supondría partir de que en algún punto de sus historias los países desarrollados del mundo y los que están en vías de desarrollo comenzaron a divergir en sus caminos. Unos transitaron hacia el desarrollo, llegando a superar problemas propios de economías atrasadas. Así, los países que no hubiesen aceptado amoldar sus políticas internas a los dictados y propuestas de los países desarrollados (occidentales), estarían reflejando las consecuencias de esas negativas en problemas como la corrupción.
Vale también apuntar a la manera en que el discurso en torno a la corrupción ha sido significativamente útil – y con frecuencia subestimado – para desacreditar o legitimar a funcionarios, gobernantes e incluso Estados en su conjunto. Al respecto es importante subrayar el carácter social del fenómeno de lo corrupto: corromper, romper la norma con el otro, uno o varios. Para gestarse y cristalizar, la corrupción requiere de al menos dos voluntades en común acuerdo, las cuales buscan obtener un beneficio privado saliéndose de la norma, corrompiendo o dejándose corromper, actuando de manera deshonesta, tratando de mantener una apariencia de incorruptibilidad. Es quizá por esta característica de red de complicidades que, cuando algún escándalo sale a la luz, se suele individualizar el asunto (una destitución, un encarcelamiento, el congelamiento de algunas cuentas), evitando así exponer a la red entera que obtuvo algún beneficio de la corruptela.
Al enfocarnos en la visión económica sobre la corrupción, las definiciones que prevalecen suelen enfocarse en sus efectos económicos adversos. Al fenómeno de lo corrupto se le adjudica la disminución en la efectividad de las políticas económicas, y en los niveles de inversión, crecimiento y bienestar. Sin embargo, hay posturas que definen a la corrupción como un mal necesario que engrasa el funcionamiento de la economía, permitiendo que los agentes económicos limitados por la sobrerregulación estatal encuentren cauce a la satisfacción de sus legítimas necesidades. El consenso al respecto es que se trata de individuos u organizaciones que utilizan sus cargos públicos para beneficios privados y en contra de los intereses colectivos. Pese a ello, no hay una definición universalmente aceptada de lo que es la corrupción y lo que implica, sino diversas definiciones construidas a partir de lo que cada sociedad considera como prácticas corruptas, en función de sus esquemas sociales, culturales e históricos.
Palabras relacionadas: economía, falsificación monetaria, pensamiento clásico, norma
Vínculos de interés:
Análisis desde la perspectiva jurídica: https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/11/5005/18.pdf
Sobre cómo se mide la corrupción:
Medición de la corrupción: Un indicador de la Rendición de Cuentas (asf.gob.mx)
Generalidades sobre el tema: https://www.unodc.org/e4j/es/anti-corruption/module-1/index.html
2016-Anatomia_Corrupcion_2-Documento.pdf (imco.org.mx)
Índice de Percepción de la Corrupción publicado por Transparencia Internacional 2020: CPI2020_Report_ES_0802-WEB.pdf (transparencycdn.org)
Índice de Fuentes de Soborno de Transparencia Internacional 2020: Ne02:.PDF (tm.org.mx)
Sobre los costos económicos de la corrupción: https://bloomsburypolicygroup.org/2019/07/10/los-costos-de-la-corrupcion/
Bibliografía
Bratsis, Peter (2013), “La construcción de la corrupción o las reglas de separación y las ilusiones de la pureza en las sociedades burguesas” en Ciencia Política, n. 15, pp. 4-35.
Holmes, Leslie (2017), ¿Qué es la corrupción?, México, Grano de Sal.
Lomnitz, Claudio (2000), Vicios públicos, virtudes privadas: la corrupción en México, México, CIESA, Porrúa.
Philp, Mark (1997), “Defining political corruption” en Paul Heywood (ed.), Political corruption, Oxford, Blackwell.
Soto, Raymundo (2003), “La corrupción desde una perspectiva económica” en Estudios Públicos, n. 89, pp. 23-62
Vine, W.E. (1999), Diccionario Expositivo de Palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento Exhaustivo, Costa Rica, Editorial Caribe.
Acerca de la autora
Halina Gutiérrez Mariscal
Licenciada y maestra en Historia, por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y especialista en Historia Económica por la Facultad de Economía también de la UNAM. Investigadora en el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México entre 2019 y 2022. Profesora en el Programa Único de Especializaciones en Economía del Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM. Actualmente es directora de investigación documental en la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las Violaciones Graves a los Derechos Humanos cometidas de 1965 a 1990. Sus líneas de investigación son la historia de la corrupción en México, historia política y económica del siglo XX mexicano y la Historia del Tiempo Presente en relación con desaparición forzada y violaciones a derechos humanos.